Mi pensar no tiene una lengua materna y es sólo una sucesión de traducciones, de desplazamientos, de adaptaciones a condiciones cambiantes.

domingo, 23 de octubre de 2011

EL VINO



Dios sólo hizo el agua, pero el hombre hizo el vino.
VICTOR HUGO



Disfrutar de un caluroso atardecer otoñal, en medio de los viñedos tardíos, del aroma de las uvas sobremaduradas, llenando la boca de acidez de su piel gruesa que oculta la pulpa golosa, es todo un salmo a la encarnación venidera de la vid: el vino. Esa esencia efímera que evoluciona entre el mosto y el vinagre es el paradigma de la civilización, ligada intensamente a las culturas que han sido capaces de domesticar las cepas salvajes y a las personas dispuestas de amaestrar sus emociones.
No en vano disfrutar del vino implica las mismas sensibilidades que hacen vibrar escuchando un concierto o leyendo un buen libro o, lo que es lo mismo, necesita un proceso de cultivo, necesita llegar a ser culto. No será capaz a ello quién entiende la pasión como desenfreno o ha reducido su existencia al sometimiento a las reglas autoimpuestas y anacrónicas normas sociales.
Saborear el momento del sol de ocaso, de los ribetes dorados en la copa, del aire rebosante de dulzor, de las lágrimas densas sobre el cristal...
Y luego llega el momento de la verdad, en la nariz y en la boca, de lo que es. La promesa se torna en  realidad y hay que catarla asumiendo la responsabilidad por elegir el momento del descorche.



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